El soldado amigo
Un
soldado le dijo a su teniente:
—Mi
amigo no ha regresado del campo de batalla, señor. Solicito permiso para ir a
buscarlo.
—Permiso
denegado —replicó el oficial—. No quiero que arriesgue su vida por un hombre
que probablemente ha muerto.
El
soldado, sin hacer caso, salió. Una hora más tarde regresó, mortalmente herido,
transportando el cadáver de su amigo. El oficial estaba furioso:
—¡Le
dije que había muerto! Dígame: ¿merecía la pena ir allá para traer un cadáver?
Y
él soldado, casi moribundo, respondió:
—¡Claro
que sí, señor! Cuando lo encontré, todavía estaba vivo y pudo decirme: “¡Estaba
seguro de que vendrías!”
Mi mejor amigo
Dice
una leyenda árabe que dos amigos viajaban por el desierto y discutieron
agriamente. Uno de ellos le dio una bofetada al otro. Este, ofendido, escribió
en la arena: “Hoy mi mejor amigo me dio una bofetada”. Continuaron su
camino y llegaron a un oasis, donde resolvieron bañarse. El que había sido
abofeteado se estaba ahogando, y el otro acudió en su rescate. Al recuperarse,
tomó un cincel y escribió en una piedra: “Hoy mi mejor amigo me salvó la
vida”. Intrigado, aquel le preguntó:
—¿Por
qué después de que te lastimé escribiste en la arena, y ahora escribes en
piedra?
—Cuando
un gran amigo nos ofende, debemos escribirlo en la arena, donde el viento del
olvido y el perdón se encargará de borrarlo. Cuando nos pasa algo grandioso,
debemos grabarlo en la piedra del corazón, de dónde ningún viento podrá hacerlo
desaparecer.
Los dos halcones
Un
rey recibió como obsequio dos pichones de halcón y los entregó al maestro de
cetrería para que los entrenara. Pasados unos meses, el instructor le comunicó
que uno de los halcones estaba perfectamente educado, pero que no sabía qué le
sucedía al otro: no se había movido de la rama desde el día de su llegada a
palacio, e incluso había que
llevarle el alimento hasta allí.
El
rey mandó llamar a curanderos y sanadores de todo tipo, pero nadie pudo hacer
volar al ave. Encargó entonces la misión a miembros de la corte, pero nada
sucedió; por la ventana de sus habitaciones, el monarca veía que el pájaro
continuaba inmóvil. Publicó por fin un bando entre sus súbditos solicitando
ayuda, y a la mañana siguiente vio al halcón volar ágilmente por los jardines.
—Traedme
al autor de ese milagro —dijo.
En
seguida le presentaron a un campesino.
—¿Tú
hiciste volar al halcón? ¿Cómo lo lograste? ¿Eres mago, acaso?
Entre
feliz e intimidado, el hombrecito explicó: —No fue difícil, Su Alteza:
sólo corté la rama. El pájaro
se dio cuenta de que tenía alas y se lanzó a volar.
Así
somos los seres humanos. Estamos atados al pasado y al presente porque
no nos hemos dado cuenta de que tenemos el poder de volar y buscar nuestro
verdadero destino.
Algunos tienen el privilegio de que
algún acontecimiento rompa la rama de la costumbre, de la seguridad. Sólo entonces se dan cuenta de que son
superiores a las circunstancias.
En
muchas ocasiones lo tenemos todo y no logramos vivir plenamente; quizá es
necesario que alguien nos corte la rama para que podamos arriesgarnos al vuelo. A
veces las cosas inesperadas y que en principio parecen negativas son verdaderas
bendiciones.
La mariposa perdida
Dijo
un niño: “Dios, habla conmigo”.
Y
entonces una alondra del campo cantó, pero el niño no la escuchó.
El
niño exclamó: “¡Dios, háblame!”
Y
un trueno resonó por todo el cielo, pero el niño no lo escuchó.
El
niño miró a su alrededor y dijo: “Dios, déjame mirarte”.
Y
una estrella se iluminó, radiante, pero el niño no se dio cuenta.
Y
el niño gritó de nuevo: “Dios, muéstrame un milagro”.
Y
una vida nació de un huevo, pero el niño no lo notó.
Llorando
desesperadamente, dijo: “Tócame, Dios, para saber que estás conmigo”.
Dios
se inclinó y tocó al niño. Pero él se sacudió la mariposa.
Muchas veces las cosas que pasamos por
alto son aquellas que hemos estado buscando.
Imaginar soluciones
En
una tarde nublada y fría, dos niños patinaban sin preocupación sobre una laguna
congelada. De repente el hielo se rompió, y uno de ellos cayó al agua. El otro
cogió una piedra y comenzó a golpear el hielo con todas sus fuerzas, hasta que
logró quebrarlo y así salvar a su amigo.
Cuando
llegaron los bomberos y vieron lo que había sucedido, se preguntaron: “¿Cómo lo
hizo? El hielo está muy grueso, es imposible que haya podido quebrarlo con esa
piedra y sus manos tan pequeñas...”
En
ese instante apareció un abuelo y, con una sonrisa, dijo:
—Yo
sé cómo lo hizo.
—¿Cómo?
—le preguntaron.
—No
había nadie a su alrededor para decirle que no podía hacerlo.
Einstein
dijo: Si lo puedes imaginar, lo puedes lograr.
La culpa es de la vaca
Este
texto, cuyo resumen fue publicado originalmente por el profesor Fernando Cepeda
en su columna habitual de El
Tiempo, es una excelente
demostración de una conducta muy nuestra relacionada con la ramificación de la
culpa.
Se
estaba promoviendo la exportación de artículos colombianos de cuero a Estados
Unidos, y un investigador de la firma Monitor decidió entrevistar a los
representantes de dos mil almacenes en Colombia. La conclusión de la encuesta
fue determinante: los precios de tales productos son altos, y la
calidad muy baja.
El
investigador se dirigió entonces a los fabricantes para preguntarles sobre esta
conclusión. Recibió esta respuesta: no es culpa nuestra; las
curtiembres tienen una tarifa arancelaria de protección de quince por ciento
para impedir la entrada de cueros argentinos.
A
continuación, le preguntó a los propietarios de las curtiembres, y ellos
contestaron: no es culpa nuestra; el problema radica en los
mataderos, porque sacan cueros de mala calidad. Como la venta de carne les
reporta mayores ganancias con menor esfuerzo, los cueros les importan muy poco.
Entonces
el investigador, armado de toda su paciencia, se fue a un matadero. Allí le
dijeron:no es culpa nuestra; el problema es que los ganaderos gastan muy
poco en venenos contra las garrapatas y además marcan por todas partes a las
reses para evitar que se las roben, prácticas que destruyen los cueros.
Finalmente,
el investigador decidió visitar a los ganaderos. Ellos también dijeron: no
es culpa nuestra; esas estúpidas vacas se restriegan contra los alambres de
púas para aliviarse de las picaduras.
La
conclusión del consultor extranjero fue muy simple: los productores colombianos de carteras de
cuero no pueden competir en el mercado de Estados Unidos ¡porque
sus vacas son estúpidas!
___________
* Michael Fairbanks, “Cultural
Matters: How Values Shape Human Progress”, en Lawrence E. Harrison y Samuel P.
Huntington (eds.), Changing the
Mind of a Nation. Elements in a Process for Creating Prosperity. Nueva
York, Basic Books, 2000, pp. 268-281. Contribución
personal de Fernando Cepeda Ulloa.
Ascender por resultados
Juan
trabajaba en una empresa hacía dos años. Era muy serio, dedicado y cumplidor de
sus obligaciones. Llegaba puntual y estaba orgulloso de que no haber recibido
nunca una amonestación. Cierto día, buscó al gerente para hacerle un reclamo:
—Señor,
trabajo en la empresa hace dos años con bastante esmero y estoy a gusto con mi
puesto, pero siento que he sido dejado de lado. Mire, Fernando ingresó a un
puesto igual al mío hace sólo seis meses y ya ha sido promovido a supervisor.
—¡Ajá!
—contestó el gerente. Y mostrando cierta preocupación le dijo—: Mientras
resolvemos esto quisiera pedirte que me ayudes con un problema. Quiero dar
fruta para la sobremesa del almuerzo de hoy. Por favor, averigua si en la
tienda de enfrente tienen frutas frescas.
Juan
se esmeró en cumplir con el encargo y a los cinco minutos estaba de vuelta.
—Bien,
¿qué averiguaste?
—Señor,
tienen naranjas para la venta.
—¿Y
cuánto cuestan?
—¡Ah!
No pregunté.
—Bien.
¿Viste si tenían suficientes naranjas para todo el personal?
—Tampoco
pregunté eso.
—¿Hay
alguna fruta que pueda sustituir la naranja?
—No
lo se, señor, pero creo que...
—Bueno,
siéntate un momento.
El
gerente cogió el teléfono e hizo llamar a Fernando. Cuando se presentó, le dio
las mismas instrucciones que a Juan, y en diez minutos estaba de vuelta. El
gerente le preguntó:
—Bien,
Fernando, ¿qué noticias me traes?
—Señor,
tienen naranjas, las suficientes para atender a todo el persona], y si
prefiere, tienen bananos, papayas, melones y mangos. La naranja está a 150
pesos el kilo; el banano, a 220 pesos la mano; el mango, a 90 pesos el kilo; la
papaya y el melón, a 280 pesos el kilo. Me dicen que si la compra es por
cantidades, nos darán un descuento de diez por ciento. Dejé separadas las
naranjas, pero si usted escoge otra fruta debo regresar para confirmar el
pedido.
—Muchas
gracias, Fernando. Espera un momento. Entonces se dirigió a Juan, que aún
seguía allí:
—Juan,
¿qué me decías?
—Nada,
señor... eso es todo. Con su permiso.
Hoy
en día reclamamos empoderamiento. Es decir, que los jefes otorguen a sus
subalternos la posibilidad de tomar decisiones y responsabilizarse por ellas.
Pero, ¿están los empleados asumiendo esta función de manera proactiva y
automotivada?
El potencial está en las personas. Son
ellas quienes deben desarrollarlo y hacerlo conocer de los demás a través de
hechos concretos.
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